sábado, 20 de noviembre de 2010

Soy el tipo más peligroso... Controlo los calzoncillos


Edward Norton ha participado en películas que hoy día considero básicas en la historia del cine. Y si ha  sido parte de esas películas de culto, será por algo. Sabe hacer dos papeles tan distintos y ambos tan logrados que dan ganas de hacerle un monumento. De repente llegaron esos dos años maravillosos de este fabuloso actor. En 1998 American History X y sólo un año después El club de la lucha. Con American History x se le escapó el Óscar al mejor actor a nuestro querido Norton, pero solo porque pasaba por allí Roberto Benigni con su increíble interpretación en La vida es bella. Ese año el Óscar debió de partirse en dos, un trocito para cada uno.

American History X es todo un documental. Porque te enseña lo que te pasa cuando eres malo. Es una de esas películas con moraleja, con mensaje, con segundas intenciones y todo lo subliminal que cada uno pueda inferir de las escenas en blanco y negro. Otra vez el blanco y negro en una película, y otra vez está justificado: es por algo. La mayoría de cosas importantes están así, sin color, para que sólo prestes atención a lo que dicen, a lo que hacen; para que mires los ojos ciegos de Norton. Él... que presume de abrir los ojos...

Derek es un neonazi. Es una raza superior... o eso cree él. Discursitos por allí, discursitos por aquí. Y repitiendo una y otra vez la perorata, se convence él mismo de que lo que dice es verdad. Por desgracia, logra convencerse a sí mismo y a cuatro idiotas que van con él. Desgraciadamente otra vez, involucra a su hermano pequeño en ese mundillo fecal, en esa amalgama de detritus que lleva por bandera una cruz gamada y que sólo entiende de odio, racismo y puños americanos. Se siente un Dios, se siente un rey, pero no se puede jugar a ser un vaquero (siempre BLANCO) justiciero y tomar libertad de acción.

Casi todo se paga en esta vida, y a veces se necesita recibir una buena tunda y ver como todos esos BORDILLOS te rebotan a ti. Derek entra en la cárcel y sigue convencido de su ideología. Pero poco a poco pasa por un proceso de iluminación. Recibe POR TODOS LADOS, ve como los latinos se mezclan con los arios por la droga, descubre que todo es una patraña, que los ideales no existen y lo que prima sobre el resto es el interés, que el odio lo ha llevado a una vida miserable en la cárcel y que se está pudriendo y su única diversión es un partido de baloncesto. Menos mal que al final se quita la venda.

Cuando sale de la cárcel es otra persona. Ha pasado la expiación divina, ha sido perdonado e intenta cambiar lo que estaba mal. Se intenta apartar de su antiguo mundillo pero todos reclaman a su antiguo dios. Aún así, no es tan fácil. Los ambientes enrarecidos dan asco, y aquel tugurio donde se forja el odio de su hermano, donde antes él subía al estrado dando discursos de cómo y dónde golpear a un negro, se convierte en el infierno. Intenta sacar a su hermano de allí, pero su hermano se ha convertido en lo que era él, y quizá necesite un proceso de expiación que nunca tendrá.

La película tiene una parte final que es lo que más me gusta, y a la vez lo que te hace bajar los pies al suelo, patear la grava y comprobar que la caída es dura, cuando se sube demasiado. Un golpe que entumece los músculos y astilla los huesos. Cuando crees que todo va a salir bien, cuando parece que las cosas tienen arreglo, el momento final de la obra nos demuestra que casi siempre, lo que mal empieza, mal acaba, y debemos enmendar cuanto antes nuestros errores, porque a veces alcanzan tal gravedad que no tienen vuelta atrás.

Acabo con esta obra maestra y dejo para el final a Lamont. Un negro que está en la cárcel y que controla los calzoncillos... Para mí, un ideal de grandeza que en teoría tiene un papel testimonial simplemente, pero no puedo dejar de pensar que es la clave de la película. Lamont, ese hombre que nos recuerda, que todos somos iguales, con sábanas blancas o sin ellas.